sábado, 25 de julio de 2015

Adorno, Prólogo a la televisión

Adorno, Theodore

PRÓLOGO A LA TELEVISION

El filósofo Theodore Adorno sostiene que no se pueden encarar en forma separada los aspectos sociales, técnicos y artísticos de la televisión. La televisión permite introducir en este “duplicado del mundo”, y sin que se lo advierta, lo que se considere adecuado para REEMPLAZAR A LO REAL. No es posible advertir que el mundo que reflejan no es el mundo.

La televisión acentúa el rol que cada uno cumple en la sociedad, tratando de REFORZAR EL STATU QUO o restaurarlo donde se ve amenazado


La nueva técnica difiere del cine en que, a semejanza de la radio, LLEVA EL PRODUCTO A LA CASA DE LOS CONSUMIDORES.
Los cuadros visuales son más pequeños que en el cine. El hombrecito y la mujercita que son recibidos por el televisor en la casa se convierten, para la percepción no consciente, en juguetes, aspecto que se parece al de las historietas gráficas. Pero a diferencia de ellas, que no aspiran a ningún realismo, en la televisión se mantiene la confusión entre las voces, reproducidas casi con naturalidad, y las imágenes reducidas en tamaño.
La televisión busca disminuir, literal y metafóricamente, la distancia entre el producto y el observador. Se condena al consumidor a mantenerse dentro de lo que él mismo acepta, es decir, no a la obra que debe ser experimentada de por sí, y a la que se debe atención, concentración, esfuerzo y comprensión, sino a una mera cosa de ocasión que le es propuesta y que luego estimará como suficientemente agradable.

Las imágenes están allí para dar brillo a la vida gris, sin presentarle empero algo que sea distinto: LO DISTINTO ES INSOPORTABLE, pues sirve para recordar lo que le está prohibido


Al trabajador todo parece pertenecerle, justamente porque no se pertenece ni a sí mismo. LOS LÍMITES ENTRE REALIDAD E IMAGEN SON BORRADOS DE LA CONCIENCIA (de noche se deja la luz prendida mientras se mira T.V., de día se abren las cortinas).  La T.V. reúne a los miembros de la familia, que de otra manera nada tendrían que decirse, en un círculo de sordos.
Esa cercanía satisface también el anhelo de no permitir que se produzca nada espiritual, que no pueda convertirse en posesión material, encubriendo además la real extrañeza que reina entre los hombres y las cosas.
Un medio que alcanza a millones de personas y que frecuentemente apaga todo otro interés, tiene que ser visto como una especie de voz del espíritu objetivo, aunque éste ya no sea el resultado involuntario de las fuerzas en juego de la sociedad, sino que haya sido planificado industrialmente.

La televisión reemplaza instintos reprimidos de las masas como, por ejemplo, reemplazar lo sexual por la representación de actos de fuerza y rudeza desexualizados


En lugar de hacer honor al inconsciente, de elevarlo a conciencia satisfaciendo así su impulso y suprimiendo su fuerza destructiva, la industria de la cultura, y sobre todo la T.V., reduce aún más a los hombres a un comportamiento inconsciente, en cuanto pone en claro las condiciones de una existencia que amenaza con sufrimientos a quien intente cuestionarla, mientras que promete premios a quien las idolatra. La parálisis no sólo no es curada sino que es reforzada.

Antes, por ejemplo en la comedia del arte, a nadie se le habría ocurrido orientar sus propias experiencias por el patrón de un payaso disfrazado. En cambio, en los estereotipos de la televisión todo es, exteriormente, puesto a un mismo nivel, hasta en la entonación y los giros idiomáticos, mientras difunde directivas como la de que todos los extranjeros son sospechosos, o de que el éxito es la medida suprema con que cabe medir la vida.

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