Adorno,
Theodore
PRÓLOGO A LA TELEVISION
El
filósofo Theodore Adorno sostiene que no se pueden encarar en forma separada
los aspectos sociales, técnicos y artísticos de la televisión. La televisión
permite introducir en este “duplicado del mundo”, y sin que se lo advierta, lo
que se considere adecuado para REEMPLAZAR A LO REAL. No es posible advertir que
el mundo que reflejan no es el mundo.
La televisión acentúa el rol que
cada uno cumple en la sociedad, tratando de REFORZAR EL STATU QUO o restaurarlo
donde se ve amenazado
La
nueva técnica difiere del cine en que, a semejanza de la radio, LLEVA EL
PRODUCTO A LA CASA DE LOS CONSUMIDORES.
Los
cuadros visuales son más pequeños que en el cine. El hombrecito y la mujercita que
son recibidos por el televisor en la casa se convierten, para la percepción no
consciente, en juguetes, aspecto que se parece al de las historietas gráficas.
Pero a diferencia de ellas, que no aspiran a ningún realismo, en la televisión
se mantiene la confusión entre las voces, reproducidas casi con naturalidad, y
las imágenes reducidas en tamaño.
La
televisión busca disminuir, literal y metafóricamente, la distancia entre el
producto y el observador. Se condena al consumidor a mantenerse dentro de lo que
él mismo acepta, es decir, no a la obra que debe ser experimentada de por sí, y
a la que se debe atención, concentración, esfuerzo y comprensión, sino a una
mera cosa de ocasión que le es propuesta y que luego estimará como
suficientemente agradable.
Las imágenes están allí para dar
brillo a la vida gris, sin presentarle empero algo que sea distinto: LO
DISTINTO ES INSOPORTABLE, pues sirve para recordar lo que le está prohibido
Al
trabajador todo parece pertenecerle, justamente porque no se pertenece ni a sí
mismo. LOS LÍMITES ENTRE REALIDAD E IMAGEN SON BORRADOS DE LA CONCIENCIA (de
noche se deja la luz prendida mientras se mira T.V., de día se abren las
cortinas). La T.V. reúne a los miembros
de la familia, que de otra manera nada tendrían que decirse, en un círculo de
sordos.
Esa
cercanía satisface también el anhelo de no
permitir que se produzca nada espiritual, que no pueda convertirse en
posesión material, encubriendo además la real extrañeza que reina entre los
hombres y las cosas.
Un
medio que alcanza a millones de personas y que frecuentemente apaga todo otro
interés, tiene que ser visto como una
especie de voz del espíritu objetivo, aunque éste ya no sea el resultado
involuntario de las fuerzas en juego de la sociedad, sino que haya sido
planificado industrialmente.
La televisión reemplaza instintos
reprimidos de las masas como, por ejemplo, reemplazar lo sexual por la
representación de actos de fuerza y rudeza desexualizados
En
lugar de hacer honor al inconsciente, de elevarlo a conciencia satisfaciendo
así su impulso y suprimiendo su fuerza destructiva, la industria de la cultura, y sobre todo la T.V., reduce aún más a
los hombres a un comportamiento inconsciente, en cuanto pone en claro
las condiciones de una existencia que amenaza con sufrimientos a quien intente
cuestionarla, mientras que promete premios a quien las idolatra. La parálisis no sólo no es curada sino que es
reforzada.
Antes,
por ejemplo en la comedia del arte, a nadie se le habría ocurrido orientar sus
propias experiencias por el patrón de un payaso disfrazado. En cambio, en los
estereotipos de la televisión todo es,
exteriormente, puesto a un mismo nivel, hasta en la entonación y los
giros idiomáticos, mientras difunde directivas como la de que todos los
extranjeros son sospechosos, o de que el éxito es la medida suprema con que
cabe medir la vida.
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