sábado, 25 de julio de 2015

Abramoff, Etnocidio. Genocidio. Identidad de los pueblos indígenas

Abramoff, Ernesto

ETNOCIDIO. GENOCIDIO. IDENTIDAD DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS

            El tema central de estudio de la psicología o de la biología es la identidad del sujeto, lo que distingue a un sujeto de otro, aquellas características distintivas que hacen posible dar cuenta de un individuo como un fenómeno único e irrepetible.
            En cambio, en antropología se plantea el problema de la identidad grupal. ¿Cómo se debe definir la identidad de un grupo social? ¿Cuáles son los elementos que permiten determinar la presencia de un sujeto social homogéneo que supere las diferencias individuales de sus miembros?
            Este tema ha adquirido, desde la década del ‘70 en adelante, gran relevancia. El concepto de identidad fue tratado de diversas maneras por diferentes autores. Este tratamiento se dio en dos enfoques principales:
a) Hacia el interior del grupo social, es decir, la identidad explicando la cohesión interna del grupo. El estudio del conjunto de elementos culturales que explican la homogeneidad del grupo. La investigación de los elementos que hacen que, si un individuo se comporta de una manera, los demás miembros del grupo lo reconozcan como uno de ellos.
b) Hacia el exterior, es decir, la identidad concebida como el conjunto de elementos culturales distintivos para los que no pertenecen al grupo. La identidad como producto del contacto con otros grupos. Para esta concepción de identidad el acento está puesto en la relación.

            Dentro del primer grupo se puede citar a Talcott Parsons, uno de los principales exponentes de la escuela funcionalista norteamericana. Parsons afirma que un grupo, que es considerado como tal que tiene una identidad determinada, es aquel “...cuyos miembros tienen, tanto respecto a su propia apreciación como a la de los no miembros, una identidad distintiva arraigada en algún tipo de sentido distintivo de su propia historia”.
            Dentro del segundo grupo, se puede citar a Dominique Schnapper, que sostiene que “...toda cultura, lejos de ser un hecho dado, es el resultado de constantes negociaciones con el mundo exterior, negociaciones a través de las cuales se afirma, como horizonte, una identidad que sólo cabe definir como una creación continua”.
            Estas explicaciones giran alrededor de un tema que resulta fundamental incorporar al abordar la problemática de la identidad grupal: el tema de la diferencia. 
            A comienzo de los ‘70, con la aparición del trabajo del antropólogo noruego Fredrik Barth, en 1976, se modificó el eje de la discusión sobre la identidad étnica, hasta entonces centrada en la descripción del patrimonio cultural, en indicadores biológicos o en criterios lingüísticos. Barth, en cambio, plantea la identidad en términos relacionales.
            Barth dice: “...la investigación empírica de los límites étnicos evidencia dos descubrimientos:

a) los límites étnicos persisten a pesar del tránsito personal a través de ellos;
b) en un sistema social la interacción no conduce a la desaparición del sistema; las diferencias pueden persistir a pesar del contacto interétnico y de la interdependencia”.

            De ello se desprende que la identidad de un grupo étnico es independiente de los individuos que la componen; y que las diferencias persisten, aun cuando por contactos o intercambios culturales se modifica el patrimonio cultural de un grupo.
            Según Barth, lo que define la identidad es la autodescripción y la adscripción por otros. Es decir, lo que yo creo que soy y lo que los demás creen que yo soy. Esta idea de Barth pone el eje en lo relacional.
            En la misma época que Barth, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro explica en su obra “Las fronteras indígenas de la civilización” que lo que era opinión casi unánime de antropólogos e historiadores no se pudo comprobar. Esto es, que la confrontación de una etnia nacional en expansión y múltiples etnias tribales con la cual ella se enfrenta en su camino, iba a terminar con la desaparición de estas últimas en su absorción por la sociedad nacional, bajo una aculturación progresiva. Por el contrario, la investigación de Ribeiro demostró que los grupos indígenas no fueron asimilados a la sociedad nacional como parte indiscernible de ella. Los que sobrevivieron “siguen siendo indígenas: no ya en sus hábitos y costumbres, sino en la autoidentificación como pueblos distintos del brasileño y víctimas de su opresión”.
            Los grupos indígenas que recorrieron todo el camino de la aculturación, cuyas peculiaridades culturales se alteraron y uniformaron hasta el punto de no ser ya diferentes de las otras, a pesar de eso, permanecen indios. De manera que la aculturación no desembocó en una asimilación.
            Aun proviniendo de concepciones teóricas diferentes, Darcy Ribeiro y Fredrik Barth llegan a conclusión semejantes. Los grupos étnicos pueden sufrir una transformación tan profunda que afecte a sus costumbres, sus creencias e inclusive su lengua; y a pesar de ello, permanecen indígenas. Lo que define su ser indígena, no está determinado por datos objetivos, como su cultura, sino por representaciones recíproca y por lealtades morales.
            Según Guillermo Bonfil Batalla, el camino iniciado por Barth es el correcto, pero si buen supera las limitaciones del objetivismo culturalista, cae en el extremo opuesto, en el que se privilegian los factores subjetivos.          
            La esencia de la identidad étnica es su carácter contrastivo. La identidad étnica entendida como relación demanda la puesta en escena de un “otro”. Todo encuentro interétnico pone en juego la manifestación de los límites étnicos; el “otro” es en quien se encarna lo diferente. Que otro grupo se manifieste implica una recomposición de la propia identidad. A distintos “otros”, diferentes “nosotros”.
            Según Guillermo Bonfil Batalla: “De una sola vez, al mismo tiempo, todos los habitantes del mundo americano precolonial entran en la historia europea ocupando un mismo sitio y designados con un mismo término: nace el indio, y su gran madre y comadrona es el dominio colonial”.
            Por otra parte, según Julien Freund: “Cuando el mundo se universaliza surge el término Europa, que es hija del descubrimiento y la conquista. Aparece ante sus ojos América, África, la India y la China. Haber conquistado el mundo entero forma parte de la definición conceptual de Europa; un medio de identidad frente al “otro”, frente al “no - europeo”.
            Este modo dicotómico marca la necesidad de poner afuera y como antípoda todo lo que no es igual a mí y al hacerlo me reconozco a través de él, requiero de él para alcanzar mi plenitud.
            El etnocentrismo implica una valoración positiva del propio grupo, del en-grupo, y por oposición una valoración negativa del afuera, el exogrupo. El en - grupo se reconoce como tal a partir de la diferencia con el otro.
            Las expresiones del etnocentrismo dan lugar, en el plano de los conflictos interétnicos, al etnocidio y al genocidio. La lección de la historia nos enseña (una lección nunca aprendida) que los grupos no dominan u hostilizan a otros por ser diferentes, sino que, al contrario, los connotan como diferentes para hacerlos enemigos.
            Lo diferente y desconocido atrae y atemoriza, por eso es preciso dominarlo, para vencerlo y sojuzgarlo, por el sólo hecho de ser diferente, lo que exige convertirlo en un igual a mí.
            Es de esta idea de donde surge el concepto de etnocidio. Es la anulación de la diferencia. Es querer hacer del “otro” un igual a mí. El pensamiento etnocida funciona así: hacer del indio, del negro, del gitano, del asiático, un otro de sí, transformarlo en un indio civilizado, en un gitano sedentario, en un negro cristianizado, en un asiático occidentalizado, etc. Negar la diferencia, ignorando su identidad, es la clave para ponerlo mejor a mi servicio, cuando esto no es posible, debo suprimirlo físicamente.
            En el pensamiento argentino hay muchos ejemplos basados en el principio de reducir lo diferente. El modelo de la “Generación del 80” planteaba la unidad política, aun al costo de aniquilar a los sectores más refractarios al nuevo orden emergente (por ejemplo, los indios).
            La intención deliberada de Alberdi era provocar un transplante cultural. Rechazaba la tradición hispánica, que según él impedía el cambio y la innovación. Optaba, en cambio, por el modelo de los países europeos de tradición anglosajona, a los efectos de edificar una sociedad industrial que liberara al hombre de la servidumbre de la naturaleza.
            Para Alberdi y para Sarmiento el mal que aquejaba a nuestro país era, además de la tradición hispánica, la llanura vacía del desierto. La ciudad, en cambio, representa el progreso, la libertad, la civilización; el campo es antisocial, representa la anarquía, la  ignorancia, la barbarie.
            En el pensamiento de Sarmiento, estas dos posiciones antitéticas, civilización - barbarie, no conocen una síntesis superadora. Una debe terminar con la otra. En su obra “Facundo”, Sarmiento dice que de lo que se trata es de “ser o no ser salvajes”. Si la eliminación es imposible sólo queda el exterminio.
            Esta eliminación étnica tuvo un fundamento biologicista en la obra de juventud de José Ingenieros, “Sociología argentina”. Según este autor, la superioridad étnica del blanco es un hecho indiscutible. El sometimiento de las razas de color nos e basa, para el autor, en su inferior desarrollo técnico o en un sometimiento de tipo económico. No es el sistema colonialista quien los aniquila, sino la lucha por la vida. Sostiene Ingenieros, “El indio no es asimilable a la civilización blanca, no resiste nuestras enfermedades, no asimila nuestra cultura, no tiene suficiente resistencia orgánica para trabajar en competencia con el obrero blanco; la lucha por la vida lo exterminará”.
            En su obra “Genealogía del Racismo”, Michel Foucault explica el racismo a partir del sistema de “biopoder” que se erige en la modernidad, como una tecnología de control de cuerpos, poblaciones y sociedades. La jerarquía de las especies en el árbol común de la evolución, la lucha por la vida entre las especies, la selección que elimina a los más aptos, fueron conceptos apropiados por el discurso político para pensar la colonización, las guerras, la eliminación de los diferentes.
            Julien Freund, en su obra “El fin del Renacimiento”, desde una perspectiva diferente, afirma que nos hallamos en presencia del fin de la civilización europea. Según este autor, la decadencia sobrevino rápidamente hacia el año 1960; en dos décadas Europa abandonó todas las tierras que había tardado siglos en conquistar. La causa de ello sería la pérdida de audacia y la falta de vitalidad de los europeos, atrapados en un falso bienestar. Según Freund, la consecuencia de este cambio será el renacimiento de luchas internas y conflictos étnicos y culturales que desgarren Europa; con lo cual, al igual que sucedió con el antiguo Imperio Romano, sería fácil presa de aquellos a quienes antes había sometido.
            La problemática del “otro” es también nuestra problemática contemporánea.
            Un encuentro entre culturas que sea comunicación y no dominio-conquista, parecería requerir de un diálogo creativo, que posibilite reconstruir los lazos sociales a partir del reconocimiento de la diferencia, esto es, del pluralismo y identidades múltiples. Sólo así será viable una sociedad justa. Porque la justicia es el modo concreto en que una sociedad asume la cuestión del “otro” y redefine el sentido de la diferencia.


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